jueves, 14 de agosto de 2008

Relato de un cuarto viaje planificado pero no concretado a la escuelita Cerro Negro de Tejadas (Salta). Por Viviana Santinón

Lo que podría haber sido.
Podría haber abordado un avión… me encanta volar.
Podría haber esperado en embarque soñando con llegar a la escuelita y reencontrarme con los maestros y los chicos.
Podría haber llegado a Salta, sintiendo esa enorme felicidad simplemente al ver el piso del aeropuerto (bordó como poncho salteño).
Podría haber recorrido la plaza 9 de Julio, mirando la Iglesia de San Francisco, tal vez disfrutando de unas ricas (¡exquisitas!) empanadas de charqui, escuchando al Chaqueño y a los Chalcha de fondo.
Al siguiente podría haber salido muy temprano, de madrugada, al hall del hotel a esperar el remise, para emprender la primera etapa del viaje: Cachi… y cansada de esperar hubiera sentido esos nervios clásicos antes de emprender el viaje a la escuelita.
El camino hacia Cachi me habría de recordar muchos momentos, algunos agradables, felices, y otros no tanto.
¿Sentiría frío? Tal vez en la parada técnica, en el puesto La Margarita, antes de la cuesta del Obispo. Ya de nuevo en el camino y luego de esa cuesta, me aburriría y el sueño me vencería.

Al abrir mis ojos ya estaría en la recta de TIN TIN disfrutando de Los Cardones y preguntándome otra vez “¿ Cuando visitaré el parque nacional Los Cardones?.
Pasaríamos Payogasta y reviviría la visita rápida que en julio del 2006 le hice allí a Dominica (la cocinera de la escuelita) Vería como en una película ese abrazo tan sincero con unas lagrimas bien frías y cálidas al mismo tiempo.
La llegada a Cachi, sentido como si nunca me hubiese ido…. Ese sentirme en pausa, como si tampoco quisiera irme y como si siempre algo estuviera a punto de suceder, pero no sucede…
Aclimatarme, mirar, intentar que los lugareños no me sientan una turista más… buscar al remisero Dardo, uno de los pocos que puede acercarte al segundo tramo del recorrido: Finca Belgrano, donde esperan los burros y mulas para trasladarnos por más de 5 horas. Luego de combinar: salida en una hora a finca Belgrano.
Mientras tanto comer algo liviano ¿En el Zapallo? ¿en el Bar frente a la plaza? No lo sé…., pero seguramente otra vez disfrutando los sabores, aromas y colores del lugar.
Entonces más tarde junto a Dardo: Remise, Payogasta otra vez, Cortaderas, Finca Belgrano… ¿Quién iría a buscarme? ¿el maestro?… No creo… el estaría en la escuela solo al cuidado de los chicos sin Dominica ni Cristina. Tal vez un alumno, tal vez alguno de los padres de los chicos: Juan, Nilda….
Allí comenzar la última etapa del viaje… Recorrido conocido, grabado en mi cuerpo y en mi corazón. En esta cuarta oportunidad memorizaría cerros, ríos, piedras, buscando retenerlas para recordarlas por si alguna vez tuviera que hacer ese camino sola. ¿Por qué pensar que me tocará hacerlo sola alguna vez?...
La misma fuerza que me lleva a la escuela, logra mutar el cansancio en tolerancia, el hastío en ansiedad… siento paz, expectativa, esperanza… Alrededor observo: un vivir lento, profundo… que si bien parece intrascendente, es relevante para la comunidad donde se encuentra. El burro, la coca, el viento, el sol, el baqueano, los roles de cada uno de ellos… entre tanto la palabra pierde valor, es reemplazada por las miradas, los gestos, los resoplidos, el andar (“la manera de andar”). Cuando hablan lo hacen entre dientes, como si sus palabras quebraran, esa hermética quietud que la naturaleza impone…
La Llegada
Verlos.. ¡¡NO!! mejor dicho oírlos primero, ir encontrándolos a cada uno de ellos a partir de sus vocecitas y entre ecos: ¡¡Hola Vivi!! ¡¡Hola Chicos!! Mientras el burro baja lentamente entre los cardones y el precipicio. Más abajo, en el fondo, a lo lejos se ve una luz… Sin embargo, ya no faltaría mucho para bajar del pobre y noble animalito que nos habría llevado tan seguro hasta la meta.

Y allí estarían a los gritos… saludo a Dominica, Cristina, Carlos… y claro!!!! Tan pronto como lograría divisarlos, ellos tan o más ansiosos que yo se acercarían a los visitantes. La maestra los retaría, para evitar que el burro los patee. Inmediatamente al descender me abrazan, besan, tocan, ríen. Me entregan dibujos, me dan la mano y me conducen hasta el interior de la apenas tibia escuelita… ¿y el cansancio….? Recién aparece cuando me siento en la pequeña mesa donde comen los maestros … el cansancio que se siente durante las cinco horas de viaje, pero en la última hora es mágicamente reemplazado por la sensación de ansiedad por ver a los chicos. Por eso, una vez que me siento en la escuelita aún rodeada por todos ellos aparece el cansancio… pero es un lindo cansancio, sabiendo que me esperan días de risa, observación, agradecimiento, coplas, lecturas, paseos, un sinfín de cosas por hacer…. Hablar con los maestros, escucharlos, respetar sus tiempos, sus observaciones, y sobre todo… aprender. Estando allí uno aprehende: valores, culturas, sentimientos que pueden contradecirse, en fin… se aprehende…….
Como no es la primera vez de mi visita, llevo cartas de otros alumnos balcarceños, los chicos preguntan por sus amigos epistolares. También los quieren ver en las filmaciones que les llevo y los reconocen!!! Cuanta alegría!!!!
Y así, entre risas nostalgias y mucha felicidad, llega el día del regreso… temprano por la mañana, mate calentito, mientras el maestro ensilla el burro. Dominica me saluda, Cristina me abraza, los chicos se despiden ¡¡hasta la próxima!!... ¡¡ Chau Vivi!! ¡¡Felices Vacaciones o Pascuas!! o lo que sea que indique la época del viaje.
Muy despacio comenzamos a ascender mientras ruedan un par de lagrimones por las mejillas… ¡cuántos interrogantes! ¿Cómo existe un lugar tan hermoso? Sigo observando. Tantos colores… Tantas formas… la gente, con una cultura tan diferente a la mía. Proyecto a 15 años la vida de esos chicos que vi jugando a la pelota y veo la misma escena, sólo que siendo ellos los padres…entonces me pregunto: ¿es un círculo sinfín? ¿es ineludible la repetición de la historia? ¿Tienen otra opción? ¿Puede alguien darles otra opción? Cansada, la respuesta es Tal Vez … en tono bajito, pero firme, improbable pero persistente. Finalmente la última pregunta que aún hoy no tiene respuesta ¿Cómo existe y crece, una escuela allí SOLO con dos motores impulsores como Carlos y Cristina??? ¡Cuánto amor! ¡Cuánto Honor y Honra a la vida! Alguien está haciendo patria…
Viviana Santinón

miércoles, 13 de agosto de 2008

La estrategia del caracol


El viernes 15 de agosto vamos a ir juntos al cine. En el marco del desarrollo de actividades del Taller Integrador del Campo de la Práctica, concurriremos al Microcine del Museo Fangio junto a las alumnas de los Profesorados de Inicial y E.P.B. para ver la película colombiana "La estrategia del caracol" del director Sergio Cabrera. La idea es compartir un film que comunica significados de alto valor pedagógico.






"El cine puede ayudar a acariciar la utopía", dice el director . Cabrera cree en la posibilidad de conseguir un mundo mejor y más justo, cimentado en la esperanza que emana del trabajo colectivo en torno a un objetivo común.


No se trata de una utopía absurda, de un deseo imposible que se agota en sí mismo. La estrategia del caracol no juega ninguna otra carta que no sea la de la alegría de vivir, dando un tono optimista a la visión de la pobreza en América Latina y confiriendo una capa desmitificadora y de un profundo sentido del humor a los discursos sobre el cambio social y las luchas de clases.