Cuando las alumnas del primer año del Profesorado de Educación Primaria propusieron el viernes 4 de septiembre generar un diálogo teatral entre Sarmiento y Freire para presentar el día del maestro, fueron varios los interrogantes que aparecieron de inmediato: ¿podríamos realizarlo en tan sólo seis días, de los que apenas quedaban tres hábiles entre la decisión y el acto? ¿acaso la dramaturga de Eva y Victoria habría escrito ese texto que involucra a dos personajes de efectiva existencia histórica, en tan corto lapso? ¿Seríamos justos en el tratamiento de dos personajes tan distintos por su pertenencia a siglos, culturas e ideologías diferentes? ¿Y el público? ¿Qué sucedería con él? ¿No provocaríamos heridas en algún espíritu susceptible?
Luego al bucear en testimonios literarios, epistolares y periodísticos surgidos de la pluma del propio Sarmiento, hubo alumnas que plantearon: - No podemos decir esto, es mejor no decir nada.
Finalmente tomamos la decisión de salir a encontrar la mirada más limpia que nos fuera posible, ponerlos a dialogar desde sus propias palabras y alejarnos de los peligros que avizorábamos, esto es: decidimos no edulcorar nuestro discurso artístico, a fin de que el arte siguiera siendo tal y nosotros lo suficientemente libres. Al mismo tiempo, jugar con las tensiones a favor de la intensidad dramática del texto.
Esta que publicamos aquí es la versión de teatro leído que finalmente se puso en escena:
Esta que publicamos aquí es la versión de teatro leído que finalmente se puso en escena:
(Entra Sarmiento, rostro serio, como buscando a alguien, se sienta, se para, vuelve a sentarse, vuelve a pararse. Mira en ambas direcciones, se ve nervioso. Se sienta nuevamente, en la punta de la silla y con las piernas abiertas, observa su reloj de bolsillo)
S.- (Con evidente enojo) ¡Ni en el cielo hay puntualidad! (mira fijamente hacia su derecha esperando)
F.- (Entra por la izquierda de S, camina distendidamente, observa todo a su alrededor, hasta que fija su atención en S, se acerca y se sienta en la silla de al lado) ¡Usted es Sarmiento! (S se sobresalta y se da vuelta, F se levanta y le tiende la mano, S se la estrecha con cierta desconfianza) ¡Oh! No me presenté... soy Freire. (Se sienta) Siempre quise conocerlo.
S.- (Con curiosidad) ¿Ah sí? ¿Y porqué?
F.- (Alegre) Bueno… Siempre quise dialogar con usted porque creo que hizo mucho para que el pueblo se eduque y crezca la democracia.
S.- Le agradezco. De todos modos, me puede aclarar con quien estoy hablando (F sonríe) Me dijeron que iba a venir un pedagogo.
F.- Si, soy la persona que estaba esperando.
S.- Así que usted es pedagogo… Llegó dos minutos tarde. Linda forma de empezar ¿así enseña usted la puntualidad? ¿En el XX no predicaban con el ejemplo? (Con ironía) Me imagino lo que le enseñará a sus alumnos.
F.- ¿Usted usa reloj aquí? (S lo mira extrañado) Lo digo porque al leer este mundo me di cuenta que estamos en la eternidad… y no hay tiempo.
S.- (Tajante) Sí, sí. También me di cuenta. Pero, a mí me gusta mantener las formas civilizadas. (Cambiando a más calmo) Bueno, a ver, ¿qué quiere usted de mí?.
F.- Hablar, sólo hablar y escucharnos… dialogar. Usted hizo mucho por la educación popular en su tiempo, yo soy pedagogo y he leído sobre usted, pero no es lo mismo, esta oportunidad es maravillosa.
S.- Así que usted quiere hablar de educación.
F.- Podríamos empezar por ahí. ¿Por qué para usted fue tan importante?
S.- Mire, se ve que usted no ha leído mucho si tiene necesidad de preguntar eso.
F.- En realidad lo he leído, pero como le dije, es distinto así en contacto directo.
S.- Disculpe usted esa obsesión por la lectura. (Irónico) Tal vez a los pedagogos del XX no les haya resultado tan importante, (saliendo de la ironía y entusiasmado) pero yo a "La Historia de Grecia” la estudié de memoria, y la de Roma enseguida…; y esto mientras vendía yerba y azúcar, y ponía mala cara a los que me venían a sacar de aquel mundo que yo había descubierto para vivir en él. Por las mañanas, después de barrida la tienda, yo estaba leyendo, y una señora pasaba para la Iglesia y volvía de ella, y sus ojos tropezaban siempre, día a día, mes a mes, con este niño inmóvil insensible a toda perturbación, sus ojos fijos sobre un libro, por lo que, meneando la cabeza, decía en su casa: ‘¡Este mocito no debe ser bueno! ¡Si fueran buenos los libros no los leería con tanto ahínco!’"
F.- (Curioso) Así que usted descubrió un nuevo mundo en los libros… para vivir en él.
S.- Bueno, el mundo, usted lo debe saber bien, no siempre es gentil con uno. El espíritu público suele ser esquivo, hubo muchas ocasiones de mi vida en las que mi nombre no sonaba nunca en la prensa sino para cubrirme de insultos. Ahora que lo pienso creo que esa mujer era una atrasada-anticipada, suena paradójico ¿no?.
F.- Sin embargo, amigo Sarmiento, a mi me parece que esa sencilla mujer, sería tan sólo una mujer de su tiempo, oprimida, cómo tantos de su pueblo.
S.- (Levantisco) ¡Usted lo pinta tan trivial! Ahí estaba justamente el nudo principal del problema. (Pausa) Oprimida dice usted. Atrasada digo yo, igual que la mayoría de los hijos del pueblo. El atraso no era UN problema más, era EL problema de la Argentina. ¡Civilización o barbarie! ¿Lo entiende?.
F.- Sí, sí, lo entiendo. Pienso distinto, pero lo entiendo.
S.- Había que urbanizarlos, ponerlos en contacto con lo europeo, con el progreso. Sacarlos de lo rural, del campo, del atraso, del indio y del gaucho. Y esto solo podía resolverse por el triunfo de la civilización sobre la barbarie. Queríamos apartar de toda cuestión social americana a los salvajes. Por quienes debo confesarle que sentía sin poderlo remediar, una invencible repugnancia. Por eso fue que en una carta le aconsejé a Mitre que no tratara de economizar sangre de gauchos. Ese era un abono que era preciso hacer útil al país. La sangre era lo único que tenían de seres humanos esos salvajes.
F.- Si me permite Sarmiento. Creo que para educarnos es preciso comunicarnos y no realizar depósitos de conocimientos que los discípulos acepten dócilmente. Porque sino el único margen de acción que les queda a los estudiantes es archivar esos conocimientos que usted quiere que tengan.
S.- (Lo mira extrañado) A ver si se explica mejor.
F.- Claro, trataré. Lo que usted plantea es como si el saber fuese una cosa que usted tiene que los otros no poseen. El saber, es entonces una donación. Los que poseen el conocimiento se lo dan a aquellos que son considerados ignorantes. La ignorancia para la ideología de la opresión es una cosa natural y absoluta, y entonces el otro, el indio, el gaucho, el salvaje dice usted, es el que siempre es el poseedor de la ignorancia.
S.- Pero es que era así.
F.- Bueno, y ¿finalmente pasó que civilizaron a los salvajes?
S.- Lamentablemente el progreso no llegó para todos. Fíjese lo que pasaba en el Paraguay por ejemplo, descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obraban por instinto a falta de razón, (cada vez más vehemente) perros ignorantes de los cuales ya en aquél entonces habían muerto ciento cincuenta mil. Capitaneados por descendientes degenerados de españoles, traerían la detención de todo progreso y un retroceso a la barbarie... había que frenarlos.
F.- Así que muchos (con triste tono irónico)"salvajes y bárbaros" pagaron con su vida o su libertad el "delito" de haber nacido indios o de ser gauchos y no tener un empleo fijo.
S.- Mire en 1869 hicimos el primer censo nacional. Los argentinos éramos por entonces casi dos millones, el 71% era analfabetos. El 75% de las familias vivía en la pobreza, en ranchos de barro y paja. Los profesionales sólo eran el 1% de la población. La población era escasa, estaba mal educada. Se me ocurrió fomentar la llegada al país de inmigrantes ingleses y de la Europa del Norte y desalentar la de los de la Europa del Sur. Pensaba que la llegada de sajones fomentaría en el país el desarrollo industrial y la cultura. Pero en realidad los sajones preferían emigrar hacia los EE.UU. donde había puestos de trabajo en las industrias. La argentina de entonces era un país rural que sólo podía convocar, lógicamente a campesinos sin tierras. Y, para mi tristeza, la mayoría de los que vinieron, fueron campesinos italianos, españoles, rusos y franceses. ¡Qué desastre!
F.- Ajá. (Cambiándole el tema) Usted hablaba de educación popular. ¿Cómo le fue con eso?
S.- Durante la presidencia de Roca ejercí el cargo de Superintendente General de Escuelas del Consejo Nacional de Educación. Quería fomentar la educación popular, el índice de analfabetos era altísimo. (Con la sonrisa de quién cuenta una infidencia, baja la voz) En el campo había muy pocas escuelas porque la mayoría de los estancieros no tenían ningún interés en que los peones y sus hijos dejaran de ser ignorantes. (Sube la voz) Yo les explicaba que para tener paz en la República Argentina, para que los montoneros no se levantaran, para que no hubiera vagos, era necesario educar al pueblo en la verdadera democracia, enseñarles a todos lo mismo, para que todos fueran iguales... para eso necesitábamos hacer de toda la república una escuela. Educarlos para que fueran ciudadanos.
F.- Iguales… pero distintos.
S.- No, no… Iguales, iguales.
F.- Bueno. Mire yo sé que durante su gobierno se tendieron 5.000 kilómetros de cables telegráficos. Que modernizó el correo y extendió las líneas férreas, que organizó la contaduría nacional y el Boletín Oficial para que la población, conociera las cuentas oficiales y los actos de gobierno. También sé que creó el primer servicio de tranvías a caballo, que diseñó los Jardines Zoológico y Botánico. Y que al terminar su presidencia (pausa) y esto es para mí lo más importante: 100.000 niños cursaban la escuela primaria. Eso para su época fue un tremendo avance y lo aplaudo, aunque debo serle sincero, creo que en el XX hicimos varias mejoras a lo usted plantea.
S.- Y está bien. Espero que en el XXI hagan otras muchas. ¿Sino adónde queda el progreso?
F.- Mire Sarmiento, yo creo en el diálogo, el diálogo es una exigencia existencial. Es el encuentro que solidariza la reflexión y la acción de los sujetos encaminados hacia el mundo que debe ser transformado y humanizado, no puede reducirse a un mero acto de depositar ideas de un sujeto en el otro, ni convertirse tampoco en un simple cambio de ideas consumadas por quienes las intercambian.
No es una discusión guerrera, polémica, entre dos sujetos que no aspiran a comprometerse con la pronunciación del mundo, ni con la búsqueda de la verdad, sino que están interesados solamente en la imposición de su verdad. Los hombres no se hacen en el silencio, sino en la palabra, en el trabajo, en la acción, en la reflexión. Mas si decir la palabra verdadera, que es trabajo, que es praxis, es transformar el mundo, decirla no es privilegio de algunos hombres, sino derecho de todos los hombres. Precisamente por esto, nadie puede decir la palabra verdadera solo, o decirla para los otros, en un acto de prescripción con el cual quita a los demás el derecho de decirla. Decir la palabra, referida al mundo que se ha de transformar, implica un encuentro de los hombres para esta transformación.
S.- Sabe, Freyre, tal vez estemos en el mismo cielo, pero no compartimos el mismo mundo.
F.- Es cierto, pero no dialogamos solamente para nosotros, sino para otros y con otros que nos miran y escuchan desde el siglo XXI. Y que andan buscando como ser un poquito locos y un poquito cuerdos, para ser en su mundo: maestros, buenos maestros. Y hoy están celebrando su día en la Argentina. ¿Se acordaba de eso?
S.- ¡Cómo no me voy a acordar! Si es la misma fecha en la que vine para acá.
F.- Bueno, luego la seguimos.
S.- Encantado, me gusta discutir... Digo, dialogar.
F.- Seguramente vamos a poder.
S.- Debiéramos saludar a esta gente que nos escucha.
F.- ¡Oh! Claro que sí. ¡Feliz día maestros!
S.- ¡Feliz día maestros!
(Se van charlando juntos)
S.- (Con evidente enojo) ¡Ni en el cielo hay puntualidad! (mira fijamente hacia su derecha esperando)
F.- (Entra por la izquierda de S, camina distendidamente, observa todo a su alrededor, hasta que fija su atención en S, se acerca y se sienta en la silla de al lado) ¡Usted es Sarmiento! (S se sobresalta y se da vuelta, F se levanta y le tiende la mano, S se la estrecha con cierta desconfianza) ¡Oh! No me presenté... soy Freire. (Se sienta) Siempre quise conocerlo.
S.- (Con curiosidad) ¿Ah sí? ¿Y porqué?
F.- (Alegre) Bueno… Siempre quise dialogar con usted porque creo que hizo mucho para que el pueblo se eduque y crezca la democracia.
S.- Le agradezco. De todos modos, me puede aclarar con quien estoy hablando (F sonríe) Me dijeron que iba a venir un pedagogo.
F.- Si, soy la persona que estaba esperando.
S.- Así que usted es pedagogo… Llegó dos minutos tarde. Linda forma de empezar ¿así enseña usted la puntualidad? ¿En el XX no predicaban con el ejemplo? (Con ironía) Me imagino lo que le enseñará a sus alumnos.
F.- ¿Usted usa reloj aquí? (S lo mira extrañado) Lo digo porque al leer este mundo me di cuenta que estamos en la eternidad… y no hay tiempo.
S.- (Tajante) Sí, sí. También me di cuenta. Pero, a mí me gusta mantener las formas civilizadas. (Cambiando a más calmo) Bueno, a ver, ¿qué quiere usted de mí?.
F.- Hablar, sólo hablar y escucharnos… dialogar. Usted hizo mucho por la educación popular en su tiempo, yo soy pedagogo y he leído sobre usted, pero no es lo mismo, esta oportunidad es maravillosa.
S.- Así que usted quiere hablar de educación.
F.- Podríamos empezar por ahí. ¿Por qué para usted fue tan importante?
S.- Mire, se ve que usted no ha leído mucho si tiene necesidad de preguntar eso.
F.- En realidad lo he leído, pero como le dije, es distinto así en contacto directo.
S.- Disculpe usted esa obsesión por la lectura. (Irónico) Tal vez a los pedagogos del XX no les haya resultado tan importante, (saliendo de la ironía y entusiasmado) pero yo a "La Historia de Grecia” la estudié de memoria, y la de Roma enseguida…; y esto mientras vendía yerba y azúcar, y ponía mala cara a los que me venían a sacar de aquel mundo que yo había descubierto para vivir en él. Por las mañanas, después de barrida la tienda, yo estaba leyendo, y una señora pasaba para la Iglesia y volvía de ella, y sus ojos tropezaban siempre, día a día, mes a mes, con este niño inmóvil insensible a toda perturbación, sus ojos fijos sobre un libro, por lo que, meneando la cabeza, decía en su casa: ‘¡Este mocito no debe ser bueno! ¡Si fueran buenos los libros no los leería con tanto ahínco!’"
F.- (Curioso) Así que usted descubrió un nuevo mundo en los libros… para vivir en él.
S.- Bueno, el mundo, usted lo debe saber bien, no siempre es gentil con uno. El espíritu público suele ser esquivo, hubo muchas ocasiones de mi vida en las que mi nombre no sonaba nunca en la prensa sino para cubrirme de insultos. Ahora que lo pienso creo que esa mujer era una atrasada-anticipada, suena paradójico ¿no?.
F.- Sin embargo, amigo Sarmiento, a mi me parece que esa sencilla mujer, sería tan sólo una mujer de su tiempo, oprimida, cómo tantos de su pueblo.
S.- (Levantisco) ¡Usted lo pinta tan trivial! Ahí estaba justamente el nudo principal del problema. (Pausa) Oprimida dice usted. Atrasada digo yo, igual que la mayoría de los hijos del pueblo. El atraso no era UN problema más, era EL problema de la Argentina. ¡Civilización o barbarie! ¿Lo entiende?.
F.- Sí, sí, lo entiendo. Pienso distinto, pero lo entiendo.
S.- Había que urbanizarlos, ponerlos en contacto con lo europeo, con el progreso. Sacarlos de lo rural, del campo, del atraso, del indio y del gaucho. Y esto solo podía resolverse por el triunfo de la civilización sobre la barbarie. Queríamos apartar de toda cuestión social americana a los salvajes. Por quienes debo confesarle que sentía sin poderlo remediar, una invencible repugnancia. Por eso fue que en una carta le aconsejé a Mitre que no tratara de economizar sangre de gauchos. Ese era un abono que era preciso hacer útil al país. La sangre era lo único que tenían de seres humanos esos salvajes.
F.- Si me permite Sarmiento. Creo que para educarnos es preciso comunicarnos y no realizar depósitos de conocimientos que los discípulos acepten dócilmente. Porque sino el único margen de acción que les queda a los estudiantes es archivar esos conocimientos que usted quiere que tengan.
S.- (Lo mira extrañado) A ver si se explica mejor.
F.- Claro, trataré. Lo que usted plantea es como si el saber fuese una cosa que usted tiene que los otros no poseen. El saber, es entonces una donación. Los que poseen el conocimiento se lo dan a aquellos que son considerados ignorantes. La ignorancia para la ideología de la opresión es una cosa natural y absoluta, y entonces el otro, el indio, el gaucho, el salvaje dice usted, es el que siempre es el poseedor de la ignorancia.
S.- Pero es que era así.
F.- Bueno, y ¿finalmente pasó que civilizaron a los salvajes?
S.- Lamentablemente el progreso no llegó para todos. Fíjese lo que pasaba en el Paraguay por ejemplo, descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obraban por instinto a falta de razón, (cada vez más vehemente) perros ignorantes de los cuales ya en aquél entonces habían muerto ciento cincuenta mil. Capitaneados por descendientes degenerados de españoles, traerían la detención de todo progreso y un retroceso a la barbarie... había que frenarlos.
F.- Así que muchos (con triste tono irónico)"salvajes y bárbaros" pagaron con su vida o su libertad el "delito" de haber nacido indios o de ser gauchos y no tener un empleo fijo.
S.- Mire en 1869 hicimos el primer censo nacional. Los argentinos éramos por entonces casi dos millones, el 71% era analfabetos. El 75% de las familias vivía en la pobreza, en ranchos de barro y paja. Los profesionales sólo eran el 1% de la población. La población era escasa, estaba mal educada. Se me ocurrió fomentar la llegada al país de inmigrantes ingleses y de la Europa del Norte y desalentar la de los de la Europa del Sur. Pensaba que la llegada de sajones fomentaría en el país el desarrollo industrial y la cultura. Pero en realidad los sajones preferían emigrar hacia los EE.UU. donde había puestos de trabajo en las industrias. La argentina de entonces era un país rural que sólo podía convocar, lógicamente a campesinos sin tierras. Y, para mi tristeza, la mayoría de los que vinieron, fueron campesinos italianos, españoles, rusos y franceses. ¡Qué desastre!
F.- Ajá. (Cambiándole el tema) Usted hablaba de educación popular. ¿Cómo le fue con eso?
S.- Durante la presidencia de Roca ejercí el cargo de Superintendente General de Escuelas del Consejo Nacional de Educación. Quería fomentar la educación popular, el índice de analfabetos era altísimo. (Con la sonrisa de quién cuenta una infidencia, baja la voz) En el campo había muy pocas escuelas porque la mayoría de los estancieros no tenían ningún interés en que los peones y sus hijos dejaran de ser ignorantes. (Sube la voz) Yo les explicaba que para tener paz en la República Argentina, para que los montoneros no se levantaran, para que no hubiera vagos, era necesario educar al pueblo en la verdadera democracia, enseñarles a todos lo mismo, para que todos fueran iguales... para eso necesitábamos hacer de toda la república una escuela. Educarlos para que fueran ciudadanos.
F.- Iguales… pero distintos.
S.- No, no… Iguales, iguales.
F.- Bueno. Mire yo sé que durante su gobierno se tendieron 5.000 kilómetros de cables telegráficos. Que modernizó el correo y extendió las líneas férreas, que organizó la contaduría nacional y el Boletín Oficial para que la población, conociera las cuentas oficiales y los actos de gobierno. También sé que creó el primer servicio de tranvías a caballo, que diseñó los Jardines Zoológico y Botánico. Y que al terminar su presidencia (pausa) y esto es para mí lo más importante: 100.000 niños cursaban la escuela primaria. Eso para su época fue un tremendo avance y lo aplaudo, aunque debo serle sincero, creo que en el XX hicimos varias mejoras a lo usted plantea.
S.- Y está bien. Espero que en el XXI hagan otras muchas. ¿Sino adónde queda el progreso?
F.- Mire Sarmiento, yo creo en el diálogo, el diálogo es una exigencia existencial. Es el encuentro que solidariza la reflexión y la acción de los sujetos encaminados hacia el mundo que debe ser transformado y humanizado, no puede reducirse a un mero acto de depositar ideas de un sujeto en el otro, ni convertirse tampoco en un simple cambio de ideas consumadas por quienes las intercambian.
No es una discusión guerrera, polémica, entre dos sujetos que no aspiran a comprometerse con la pronunciación del mundo, ni con la búsqueda de la verdad, sino que están interesados solamente en la imposición de su verdad. Los hombres no se hacen en el silencio, sino en la palabra, en el trabajo, en la acción, en la reflexión. Mas si decir la palabra verdadera, que es trabajo, que es praxis, es transformar el mundo, decirla no es privilegio de algunos hombres, sino derecho de todos los hombres. Precisamente por esto, nadie puede decir la palabra verdadera solo, o decirla para los otros, en un acto de prescripción con el cual quita a los demás el derecho de decirla. Decir la palabra, referida al mundo que se ha de transformar, implica un encuentro de los hombres para esta transformación.
S.- Sabe, Freyre, tal vez estemos en el mismo cielo, pero no compartimos el mismo mundo.
F.- Es cierto, pero no dialogamos solamente para nosotros, sino para otros y con otros que nos miran y escuchan desde el siglo XXI. Y que andan buscando como ser un poquito locos y un poquito cuerdos, para ser en su mundo: maestros, buenos maestros. Y hoy están celebrando su día en la Argentina. ¿Se acordaba de eso?
S.- ¡Cómo no me voy a acordar! Si es la misma fecha en la que vine para acá.
F.- Bueno, luego la seguimos.
S.- Encantado, me gusta discutir... Digo, dialogar.
F.- Seguramente vamos a poder.
S.- Debiéramos saludar a esta gente que nos escucha.
F.- ¡Oh! Claro que sí. ¡Feliz día maestros!
S.- ¡Feliz día maestros!
(Se van charlando juntos)
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